En este café sobre la función social del
arte comenzamos, como no podía ser de otra manera, dando, o intentando dar, una
definición de arte. Para ello, empezamos con algunas definiciones dadas por
filósofos o artistas, por ejemplo:
“La
belleza artística no consiste en la representación de una cosa bella, sino en
la bella representación de una cosa” – Kant,
para luego pasar a comentarlas. Juan
Pedro opina que todas estas definiciones son incompletas, ya que no tienen en
cuenta la dimensión histórica que tiene el arte. Para Inés, el arte es
cualquier cosa que motive un sentimiento en una persona. Inmaculada opina que
es cualquier forma de expresión. Alejandro coincide en que el arte es la
expresión de los sentimientos de cada persona. María Jesús va un paso más allá,
y equipara el arte con la sensibilidad, con la expresión de un deseo de causar
extrañeza, de salir de lo rutinario. A este respecto leemos una cita de Ortega
en que se defiende precisamente eso: la irrealidad del arte, la distinción
entre belleza artística y realidad. Luisfran dice que intentar definir el arte
es un error, que no puede ser limitado, es algo en constante expansión, por
ejemplo, en las nuevas tecnologías. Antonio dice que definir es precisamente
eso, poner límites, y también hace una distinción, en el análisis del arte,
entre la expresión, que es el punto de vista del autor, y la recepción, el
punto de vista del público. Juan Pedro considera que el problema es que el
hombre moderno está limitado por el lenguaje científico dominante, y que el
arte expresa eso que no se puede expresar de otra manera. Sagrario habla a
continuación de la diferencia entre el sentimiento y la sensibilidad artística.
Pregunta por la función del arte, el porqué de la motivación de los sentimientos.
“¿Por qué nos gusta lo que nos gusta?” Alejandro considera que la función del
arte depende del punto de vista: para el artista, es un desahogo emocional o
del pensamiento; para el público, sirve para adquirir riqueza cultural. María
Jesús considera que el arte es siempre un acto de comunicación. Inés no está de
acuerdo, y dice que no es necesario que haya un receptor, puede ser únicamente
un desahogo del artista. Luisfran la apoya diciendo que un artista trabaja, por
lo general, para sí mismo. Antonio cree que eso es una concepción demasiado
romántica del arte. Habla del mecenazgo, y dice que la mayoría del arte tiene
una motivación económica. Juan Pedro habla de cómo Tolstoi consideraba que la
mayoría de lo llamado arte no lo es. Alonso comenta que una importante función
del arte es la de sensibilizar. La complejidad no basta, hay que crear emoción.
En relación a una cita de Tolstoi en que
este limita el arte por la utilidad y la fealdad, pasamos a hablar del arte
como actividad económica. Alejandro opina que cualquier arte con objeto
económico no es verdadero arte. Luisfran pone el ejemplo de una productora de
música que se mueve solo por dinero, y le pregunta si de verdad, si eso
consigue conmover al público, no es arte. Alejandro contesta que no tiene por
qué serlo. Juan Ramón dice que el arte, aunque esté sujeto a circunstancias
económicas, consigue trascender eso. Que una obra sea de encargo no condiciona
que emocione a la gente, el artista consigue que su obra perviva. Antonio
considera que excluir el arte de la actividad económica resulta idealizarlo,
que los artistas deben mantenerse. Esa función la cumplían los mecenas y,
actualmente, los museos. Sagrario también opina que excluir el arte económico
es condenarlo. Propone distinguir entre la obra de arte como producto y el
proceso de creación. El producto es accesible al público, de estudiar el
proceso se encargan la psicología del arte o la sociología del arte. Luisfran,
a propósito del comentario de Antonio sobre los museos, dice que son necesarios
para la pervivencia y clasificación del arte. Alejandro se pregunta, en
relación a la pervivencia, qué ocurre con el arte efímero: grafitis sobre los
que se pinta, gastronomía… ¿Acaso no es arte?
Después, pasamos a hablar del arte como
instrumento social, como útil para educar (según la idea griega) o para apoyar
al pueblo (como pensaba Lorca). Antonio opina que el arte siempre ha estado al
alcance de las masas. Juan Pedro dice que no es así, que ha estado muy
restringido. Antonio acepta que hay artes que siempre han sido minoritarios, y
que se debe educar el gusto para entenderlos. Inmaculada sugiere que quizá el
arte estaba al alcance del pueblo, pero no la educación para interpretarlo.
Antonio contesta que la idea del arte para ser analizado, del arte “museizado”,
no es la única que hay. María Jesús añade que hay arte nacido con finalidad
práctica: la arquitectura, las iglesias, por ejemplo. Arte donde importa el
mensaje, y donde la interpretación artística viene después. Juan Pedro dice que
el arte es histórico, avanza con la sociedad y refleja su tiempo. David
contesta que esa es una interpretación arbitraria, ya que actualmente, por
ejemplo, hay muchos tipos de arte. Juan Pedro responde que eso se debe a la
mentalidad de nuestra sociedad, donde todo vale. Respecto a la función
didáctica, dice que, si el arte la ha tenido, ha fracasado, poniendo el ejemplo
de las Guerras Mundiales o la bomba atómica. Alejandro no está de acuerdo: dice
que el arte sirve para educar, pero esa educación no tiene por qué ser
positiva, varía con el tiempo. La pretensión de perfección en el ser humano es
descabellada. No se puede caracterizar el arte de inútil solo por los fracasos
de la sociedad.
El café termina sin llegar a una
conclusión. Una cosa parece clara: el arte no tiene una única función, es más,
parece que tiene infinitas. Económica, histórica, didáctica, transgresora… Y a
veces la sociedad está demasiado sorda para oír lo que el arte tiene que decir.
“En
este momento dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo.
Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para
ayudar a los que buscan las azucenas.” – Lorca, 1936